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Gracias a los autores que se pasan por mi correo electrónico a dejar sus obras, os puedo traer entradas. Por circunstancias, llevo así ya un tiempo, estoy leyendo muy poco y las reseñas no tienen el ritmo habitual.
El autor ha sido muy amable y me ha proporcionado algunos fragmentos de su obra para compartirlos con vosotros.
Fragmento del primer capítulo:
“Deseos y costumbres”
[…] Daya le leyó la mente a su madre, la conocía de sobra:
era la de cualquier madre en al menos diez kilómetros a la redonda. Entretanto, Amina sollozaba alicaída, incapaz ante la gallardía de una
esquelética y descarada jovenzuela que no se achicaba en ninguna circunstancia,
como la muerte de un padre, cuya responsabilidad en el desgraciado accidente le
acortaría las alas desbaratando el grácil aleteo hacia la libertad.
La preocupación de Daya, pues, seguía sin disiparse, y Amina
continuaba llorosa y muda
rehuyendo los ojos verde mar de su hija por miedo a verse reflejada en ellos
como una anciana rencorosa y nostálgica a
partes iguales. Pero Daya necesitaba arrojar luz a la cuestión
matrimonial, era de suma importancia para el futuro y no lo aplazaría más
tiempo.
—Si un día me voy, a lo mejor a
Alemania, ¡podrías venir conmigo!
La atrevida idea no escondía un enredo para ganarse el favor
de Amina haciéndola partícipe de la «diáspora» a Europa Occidental que
iniciaron sus hijos mayores ocho años atrás. Daya lo sentía de verdad, y por
eso también lo dijo con el corazón que se consiguió recomponer en el pecho en
menos que canta un aplicado gallo de corral.
—¿¡Me estás escuchando, mamá!? —Amina
no salía del mutismo—. Además, si me casara con alguien de Daguestán nos iríamos
más temprano que tarde. Aunque prefiero no hacerlo… Con uno de aquí, quiero
decir. Sería una tremenda losa, como les ocurre a las mujeres de mis hermanos.
Amina emergió del letargo y ensanchó los ojos de asombro por
lo que acababa de insinuar Daya: —¡Qué! ¿¡Qué quieres decir!?
—espetó presurosa y alarmada.
—Que no estoy dispuesta a
trabajar veinte horas al día, y en diferentes empleos, mientras mi marido se
rasca la barriga y se gasta el dinero en los bares y en vete tú a saber en qué
más. Es lo que les pasa a Laila y a Maaret. Están hartas. ¡No me extrañaría que
se divorciaran! Una de ellas… lo va a hacer pronto.
El aturdimiento de Amina, tras pasar por el pasmo, desfiló
nuevamente hacia la histeria. Agarró del brazo a Daya y apretujándolo con
fuerza la interrogó:
—¿¡Quién te puso esas ideas en
la cabezota!? ¡Malcriada! ¿¡Quién ha sido!? ¿¡Quién te dijo esas barbaridades!?
Amina se levantó de la silla sin soltar el brazo ya marcado
de Daya, que subsistía sobre la cama aguardando la bofetada. La descarada
jovenzuela había hablado de más, la incipiente soberbia en su personalidad
comenzaba a traicionarla, y rompió a llorar. Después brincó de la cama
deshaciéndose de las hirientes uñas de Amina y corrió hacia la escalera
esquivando la entornada puerta de la habitación.
—¿¡Adónde vas!? Bella regresará
la próxima semana. Le diré que te casas con Ibrahim. ¡Está decidido! ¿¡Me has
oído!?
Daya apenas oyó un murmullo iracundo escalera abajo. De un
brusco tirón abrió la puerta de entrada a la casa y se contuvo recia en el
porche. Luego dio una zancada hacia adelante y una ráfaga de aire fresco
penetró en ella. Entonces saltó al vacío para escapar. […]
Esto es sólo una muestra de la obra de Carlos. Espero que sea de vuestro interés.
Muchas gracias al autor por ponerse en contacto conmigo y cederme unas páginas. Te deseo mucho éxito, Carlos.